
The world is a stage.
- William Shakespeare
El mundo, nuestro escenario total, el desierto de lo real, la gran tarima con sus tres mil millones de actores, cada uno con mil máscaras inconscientes y simultáneas... ese mundo nuestro celebra hoy el día internacional del teatro.
¿Y qué es el teatro? ¿Para nosotros, aquí y ahora? No puedo responder a esa desenmarañable pregunta: no me compete. Pero mis impresiones me regalan un Edipo y un Hamlet, inaugurados hace tantos siglos, que no terminarán nunca de presentar una y otra vez nuestra realidad más desnuda en el escenario: porque nunca será suficiente, nunca será demasiado. Me regalan, a la vez, un Tibet atacado por China, actora que en un escenario paralelo y descaradamente simultáneo, enciende el fuego olímpico de los inminentes juegos, en ese ritual que desde hace tantos siglos mide nuestro tiempo, esa comunión con nuestra tradición occidental.
...Y nosotros, espectadores, callados, pasivos, distantes, seguros en nuestras moradas, nos enteramos a través de nuestros medios modernos de comunicación: leemos un periódico, quizás sin reflexionar en lo cómico que resulta que los acontecimientos en el Tibet puedan suceder al mismo tiempo que la inauguración de las Olimpiadas. Vemos la televisión, quizás sin darnos cuenta de que ningún canal se molesta en escenificar ambos hechos conectándolos de alguna manera. Mucho menos en insistir en que éstos nos incumben directamente. Esta es, en verdad, nuestra tragedia en tanto humanidad. Hamlet, personaje de personajes, era consciente de su incapacidad para actuar. ¿Lo somos nosotros?
Hay un valor, fundado en las bases de la tradición occidental, al cual el teatro en tanto arte le ha sido siempre fiel : el apelo personal, la catarsis. No es casualidad que la comunión entre actores y espectadores se deba en gran parte a una cercanía física, a un contacto directo, a la irrepetibilidad de la escenificación individual. Se trata de un círculo de comunicación simultáneo, epifánico. Este aspecto del teatro es el que más me gusta. Es el que me confirma que el teatro no podrá nunca verse amenazado u opacado ni por el cine ni por YouTube. El teatro le pertenece a todo aquel que ve un mundo que podría ser otro si tan sólo lo quisiéramos lo suficiente. A toda persona que esté consciente de ser actor y espectador en tantas dimensiones de esa realidad y ficción que es nuestra vida a la vez. El teatro es de todo el que posea la certeza de que ese pedazo de ficción montado ante nuestros ojos, no habla de nadie más que de nosotros mismos y de nuestra problemática vida.
Cierro con una cita de Eugenio Barba, maestro de maestros, quien en su memorable artículo La casa con dos puertas, hace ya buenos años (el año, hoy, ya no importa: pues como diría Borges, ese texto ´pudo ser escrito mañana’), comentando y comparando la realidad del teatro latinoamericano con el europeo, afirmaba: “En Europa muchos corren el riesgo de dejarse seducir por una aparente seguridad. Somos los ciudadanos de las democracias de bienestar. Debemos recurrir a nuestra conciencia histórica y existencial para conservar el sentido de la precariedad en la cual vivimos, no solamente como profesionales de teatro. En Latinoamérica, uno debe ser ciego y sordo para olvidarlo.”



