jueves, marzo 27, 2008

En el Día Internacional del Teatro







The world is a stage.

- William Shakespeare

El mundo, nuestro escenario total, el desierto de lo real, la gran tarima con sus tres mil millones de actores, cada uno con mil máscaras inconscientes y simultáneas... ese mundo nuestro celebra hoy el día internacional del teatro.

¿Y qué es el teatro? ¿Para nosotros, aquí y ahora? No puedo responder a esa desenmarañable pregunta: no me compete. Pero mis impresiones me regalan un Edipo y un Hamlet, inaugurados hace tantos siglos, que no terminarán nunca de presentar una y otra vez nuestra realidad más desnuda en el escenario: porque nunca será suficiente, nunca será demasiado. Me regalan, a la vez, un Tibet atacado por China, actora que en un escenario paralelo y descaradamente simultáneo, enciende el fuego olímpico de los inminentes juegos, en ese ritual que desde hace tantos siglos mide nuestro tiempo, esa comunión con nuestra tradición occidental.

...Y nosotros, espectadores, callados, pasivos, distantes, seguros en nuestras moradas, nos enteramos a través de nuestros medios modernos de comunicación: leemos un periódico, quizás sin reflexionar en lo cómico que resulta que los acontecimientos en el Tibet puedan suceder al mismo tiempo que la inauguración de las Olimpiadas. Vemos la televisión, quizás sin darnos cuenta de que ningún canal se molesta en escenificar ambos hechos conectándolos de alguna manera. Mucho menos en insistir en que éstos nos incumben directamente. Esta es, en verdad, nuestra tragedia en tanto humanidad. Hamlet, personaje de personajes, era consciente de su incapacidad para actuar. ¿Lo somos nosotros?

Hay un valor, fundado en las bases de la tradición occidental, al cual el teatro en tanto arte le ha sido siempre fiel : el apelo personal, la catarsis. No es casualidad que la comunión entre actores y espectadores se deba en gran parte a una cercanía física, a un contacto directo, a la irrepetibilidad de la escenificación individual. Se trata de un círculo de comunicación simultáneo, epifánico. Este aspecto del teatro es el que más me gusta. Es el que me confirma que el teatro no podrá nunca verse amenazado u opacado ni por el cine ni por YouTube. El teatro le pertenece a todo aquel que ve un mundo que podría ser otro si tan sólo lo quisiéramos lo suficiente. A toda persona que esté consciente de ser actor y espectador en tantas dimensiones de esa realidad y ficción que es nuestra vida a la vez. El teatro es de todo el que posea la certeza de que ese pedazo de ficción montado ante nuestros ojos, no habla de nadie más que de nosotros mismos y de nuestra problemática vida.

Cierro con una cita de Eugenio Barba, maestro de maestros, quien en su memorable artículo La casa con dos puertas, hace ya buenos años (el año, hoy, ya no importa: pues como diría Borges, ese texto ´pudo ser escrito mañana’), comentando y comparando la realidad del teatro latinoamericano con el europeo, afirmaba: “En Europa muchos corren el riesgo de dejarse seducir por una aparente seguridad. Somos los ciudadanos de las democracias de bienestar. Debemos recurrir a nuestra conciencia histórica y existencial para conservar el sentido de la precariedad en la cual vivimos, no solamente como profesionales de teatro. En Latinoamérica, uno debe ser ciego y sordo para olvidarlo.”

domingo, febrero 17, 2008

Bloom, Shakespeare, el canon



Cayó en mis manos el ya canónico libro de Harold Bloom, El canon occidental, lo abordé, lo digerí, y tuve sentimientos encontrados. Bloom, un crítico literario que incluye a Freud dentro del canon, Borges y Neruda, pero no a Boccaccio ni a Cortázar. Que enuncia ´la extrañeza´ como aquello que convierte a los autores en canónicos. Bloom, el defensor del canon y de la literatura ´buena´, el agresor contra la “Escuela del Resentimiento”, que es como bautiza a todo lo que podemos abreviar como el enfoque postmoderno de los estudios literarios (estudios culturales, semiótica, postestructuralismo, análisis del discurso, teoría crítica, etc...).

Debo decir que su postura, de entrada, me choca, pues dijéramos que critica todo aquello que a muchos estudiantes de literatura (comparada) del siglo XXI nos fascina, nos hechiza: la teoría, la visión antropológica del hecho literario, la literatura como sistema de comunicación, la hermenéutica y la deconstrucción... Pero si molesta el desdén con el que nos trata –personalmente me inscribo dentro de lo que él llama ´La escuela del Resentimiento´-, el leer El canon occidental es una experiencia absolutamente enriquecedora. Hay algo de Bloom que atrae y emociona: su amor por la antigua tradición, por aquella concepción de la literatura que reinaba durante el Renacimiento y toda la época clásica, es decir la visión y práctica de la literatura a partir del ´modelo cognitivo humanista´ (Gadamer), en donde el status de la literatura era muy distinto al que tienen ahora las ´humanidades´, las cuales se encuentran epistemológicamente subvaluadas en comparación con las ciencias naturales, y donde ´lo estético´ ha sido reducido a una pura cuestión de gusto, específicamente a partir de la decimonónica separación de las ciencias en naturales y ´del espíritu´.


Así que es la pasión estética, el conocimiento profundo, detallado, de toda la literatura ´canónica´ lo que en resumidas cuentas atrae de la prosa de Bloom. Y no hay mejor forma de ilustrar su propuesta y de aproximarse a su obra que a través de una breve colección de citas referentes a lo que él llama el centro del canon, de la literatura, del universo: Shakespeare.

“No hay originalidad cognitiva en toda la historia de la filosofía comparable a la de Shakespeare, y resulta a la vez irónico y fascinante escuchar a Wittgenstein dilucidar si existe una verdadera diferencia entre la representación shakesperiana del pensamiento y el pensamiento mismo”. (20)

“...la insuperable dificultad de la fuerza más idiosincrásica de Shakespeare: siempre está por encima de ti, tanto conceptual como metafóricamente, seas quien seas y no importa la época a que pertenezcas. Él te hace anacrónico porque te contiene; no puedes subsumirle. No puedes iluminarle con una nueva doctrina, ya sea el marxismo, el freudismo, o el escepticismo lingüístico demaniano. Por contra, él ilumina la doctrina, no prefigurándola, sino posfigurándola; como si dijéramos, lo más importante que encontramos en Freud ya está en Shakespeare, además de una convincente crítica a Freud.” (35)

“El estudio de la literatura, por mucho que alguien lo dirija, no salvará a nadie, no más de lo que mejorará a la sociedad. Shakespeare no nos hará mejores, tampoco nos hará peores, pero puede que nos enseñe a oírnos cuando hablamos con nosotros mismos.” (41)

“Shakespeare, tal como nos gusta olvidar, en gran medida nos ha inventado; si añadimos el resto del canon, entonces Shakespeare y el canon nos han inventado por completo”. (51)

“Shakespeare y Dante son el centro del canon porque superan a todos los demás escritores occidentales en agudeza cognitiva, energía lingüística y poder de invención”. (55)

“...la mayor originalidad de Shakespeare reside en la representación del personaje...” (57); ...desde Falstaff en adelante aplicó el efecto de ese escucharse casualmente a uno mismo a todos sus grandes personajes, y particularmente a su capacidad de cambio. Ahí localizaría yo la clave de que Shakespeare sea el centro del canon. Al igual que Dante sobrepasa a todos los demás escritores, anteriores o posteriores, en el hecho de poner de relieve la inmutabilidad definitiva de cada uno de nosotros, la posición fija que debemos ocupar en la eternidad, de igual modo Shakespeare sobrepasa a todos los demás al evidenciar una psicología de la mutabilidad.” (58)

“Shakespeare, desde Falstaff en adelante, añade a la función de la escritura de imaginación, que era enseñarnos a hablar con los demás, la ahora dominante, aunque más melancólica, lección poética: cómo hablar con nosotros mismos”. (59)

“Resulta estimulante que (Shakespeare) no fuera como Nietzsche o el rey Lear, que se negara a enloquecer, aunque poseyera la imaginación de la locura, al igual que la de todo lo demás”. (66)

“En cada momento, la mente de Hamlet es una obra dentro de la obra, porque Hamlet, más que ningún otro personaje de Shakespeare, es un libre artista de sí mismo. (...) Shakespeare es el centro del canon al menos en parte porque Hamlet lo es.” 83

“Si puede decirse de Cervantes que inventó la ironía literaria de la ambigüedad que triunfa de nuevo en Kafka, Shakespeare puede ser considerado el escritor que inventó la ironía emotiva y cognitiva de la ambivalencia tan característica de Freud”. (85)

“El único papel de Dante ha sido centrar el canon para otros poetas. Shakespeare, en compañía de Don Quijote, sigue centrando el canon para un espectro más amplio de lectores. Quizá podamos ir más lejos; para Shakespeare necesitamos un término más borgiano que universalidad. Al mismo tiempo todos y ninguno, nada y todos, Shakespeare es el canon occidental.” 86

Bloom, Harold. El canon occidental. 2004 (1994). Anagrama, Barcelona. Traducción de Damián
Alou.

domingo, febrero 10, 2008

Les Bienveillantes


Anoche comencé, finalmente, a leer el libro que ha removido tierras que parecían intocables en Alemania. La novela que más atención se le ha prestado en los medios de comunicación desde que estoy aquí (2004). Nunca he leído la novela que publica por entregas el periódico. En esta ocasión tampoco lo hubiese hecho a no ser porque mi papá entró a mi cuarto, con un fajo de hojas impresas, diciéndome que tenía que leer Die Wohlgesinnten, de Jonathan Littell. Que allí me dejaba una copia impresa de lo que hasta ahora había sido publicado por entregas en el FAZ. No había terminado de leer la primer hoja cuando llamó el mejor amigo de mi padre y, a quemarropa, me dijo "suspendé todo lo que estés leyendo y comenzá Las benévolas. No te vas a arrepentir". Así que más que casualidad yo diría destino, y ahora que he comenzado la lectura no hay vuelta atrás.

No pretendo comentar el fondo del libro ahora, apenas he leído menos del uno por ciento del total. Y es que la traducción en alemán sale a la venta a finales de este mes. Puedo, sin embargo, decir que lo que llevo leído me gusta muchísimo. El discurso y el tono es algo que había estado esperando, algo que quizás veía venir, no sé cómo ni sé por parte de quién. El que provenga de un escritor francés-estadounidense judío será un motivo de largas discusiones. ("Sólo un judío podría atreverse a escribir algo así".)

El que los medios de comunciación alemanes vean en el libro un cambio de paradigma en cuanto al tratamiento que se le ha dado a la Segunda Guerra Mundial me parece otro de los puntos de vital importancia para ser discutidos. El foro en línea mantenido por el FAZ donde se está llevando a cabo una variedad de discusiones simultáneas sobre la novela es una magnífica oportunidad para observar un caso concreto de la recepción de una obra ficcional cuyo contenido fictivo es lo menos interesante, comparado con el juicio moral sobre la guerra y la visión del mundo que se nos presenta.

Les Bienveillantes, Jonathan Littell, premio Goncourt 2006.

miércoles, marzo 07, 2007

Paris je t´aime: Escenas para desterrados del amor y otras para enterrados en él


No todas las ciudades son iguales, así como no todas las personas lo son. Gracias a Dios. La única ciudad que es igual a sí misma, no importa tras el lente de qué director sea tomada, es París, el eterno escenario del amor, del amor por el amor mismo. Es en esta ciudad, infinitamente cambiante, donde varios directores se ponen de acuerdo para retratar la esencia de esta aglomeración de humanos. Eros y Tanatos como motores sociales, anímicos.


¿Y qué significa este topos para tantos distintos habitantes? Para la madre soltera latinoamericana es la insalvable distancia entre su hijo recién nacido y ese bebé ajeno al que debe cuidar mientras su niño se inaugura a la existencia parisina en una casa cuna en la esquina opuesta de la ciudad. Vida de mierda de la madre y del hijo, pero vida parisina, after all. (La búsqueda de un futuro mejor dentro de las paradojas de la inmigración hace despertar a cualquier ingenua mujer a los avatares de la vida. Más allá del amor, más allá de ese aquel que te hizo llegar hasta París, ese que te engendró un hijo para después dejarte tirada. El verdadero autor de tus días, distantes de tu niño y de tu patria. Tu creador absoluto.)

Luego está la vieja millonaria que se divorcia de su viejo millonario, siendo que ambos tienen a un joven cazafortunas con quien gastar los golosos días que les quedan por delante. Celos y un vino de la casa servido por Depardieu le dan un buqué de alta calidad al diálogo en el típico café parisino.

No pertenecer al alienado mundo puede hacerte parar en la cárcel. Burlarte de los otros, especialmente. Sobre todo si el otro eres tú. Cuando dos otros se juntan, sea en el banco de la cárcel o en la cárcel al aire libre que puede ser una ciudad inquietantemente normal y normalizante, se conjura el único remedio contra la existencia. Entre un mar de rostros y máscaras, estos dos seres son los únicos que me parecen sonreír con profunda y justificada felicidad a lo largo de todos los cortometrajes. Son, por ello, los felices padres de un niño –un otro, como ellos- que se reirá –blasfemo- de la sociedad a la que no pertenece.

París como símbolo máximo de la violencia. Sobre todo ante los turistas. No hay desgracia más grande que un pobre e ingenuo turista gringo perdido en la cadena de significantes del francés. Francés, el idioma celoso de sí mismo y de su pureza, como el francés celoso de su novia y de la pureza de su lengua. El amor tiene sus trapitos sucios, esos que no se sacan al sol sino que se mantienen bajo tierra, En el metropolitano, por ejemplo.

Pero no sólo son violentos los parisinos. También es violenta la tigrísima Asia que invade capitalistamente. Que propone futuro y modernidad. La belleza está en la superficie, y ésta contiene toda la verdad. Europa es suficientemente mansa y social para sucumbir ante la imperturbable tentación del modo asiático de servicio y consumo.

Hay un joven que tiene el don de soñar y convertir sus sueños en realidad. Para ello tuvo que pagar con su vista. Pero la vista nos protege de lo real y nos abre de par en par las puertas al imago absoluto. Él triunfará en la vida, como lo hará la bella actriz que ama, gracias a él. A veces París puede significar el handicap de todo aquel que necesite de uno para salir adelante, para sacar a otros adelante. Todo esto siempre y cuando hables francés, y/o no seas gringa, single y naive como nuestra gorda señora de bolsa de cintura. ¿Acaso hay otro cortometraje que nos cause más ternura que éste? ¿Por qué es tan cruel el amor cuando su ausencia absoluta es aprehendida por un inocente ser humano? Pero el mundo es injusto, y París es la ciudad del amor y la belleza y el triunfo y la fama. Los otros, los espectadores, pueden quedarse en casa comiendo hamburguesas y viendo documentales sobre París y sus estrellas triunfales. Sólo para éstos es el Arco y el Louvre y la Torre.

Y el público, siempre sensacionalista, se estremece con la historia de los vampiros... ¿quizás porque reconociera al señorcito del Señor de los anillos? ¿O por la sangre derramada por las calles? ¿Los impúdicos besos en el cuello con draculescos colmillos capaces de arrancar de sus raíces a todo deseo y dejar correr la roja sangre del placer? Sin duda alguna, el cortometraje con más éxito, si lo medimos de acuerdo a la reacción y recepción del espectador.

Qué lástima que el amor venga también con motivo de la lástima que un ser humano siente por otro. Eros y Tanatos... siempre inseparables. Pero no Tanatos y Eros. Si decides regalar dosis de amor para saldar cuentas antes de que la muerte haga lo suyo, deberías darte asco como ser humano. ¿O es el amor la mejor despedida que se puede regalar? ¿A una esposa que no se quiere y que morirá de leucemia? ¿A un negro que te hacía la corte y a quien nunca le concediste un café por pura indiferencia, por tener algo mejor que hacer? Verlos de menos, sí, hasta el momento en que sabes que morirán, o mejor dicho que sabes que tú les sobrevivirás y que serás libre. En el momento en que mueran serás libre de vivir tu vida y ellos ya no estarán ahí para molestarte. Entre tanto, puedes sacrificarte un poco, comprar una limpieza de conciencia para tu futura época de libertad regalándole a un muerto en vida unos minutos de fantasía, de ilusión, de imaginario. Ya la muerte los devolverá al desierto de lo real.

Y así transcurren, mudas y ciertas, las vidas parisinas. Esas de las que no nos enteramos más que a través de fantasías y ficciones. No hay mayor ficción que la comunicación, y en esto todos los cortometrajes se llevan las palmas al retratar de cuerpo entero, precisamente el tipo de comunicación que aun no tenemos, que quizás nunca tendremos: lenta, humana, abierta, directa y cargada de amor. Después de todo, quizás sí que sea el amor la forma más cercana a la comunicación, como lo dijera, hace ya varios años, precisamente ...¡un académico parisino!.

París, la ciudad del amor, más allá de sus arcos y torres y museos, tiene un sinfín de esquinas que comunicarnos todavía. Estamos abiertos a ella, la recibimos así. Paris je t´aime es una película de 2006, pero si aún no lo ha hecho, véala. No se arrepentirá.