
No todas las ciudades son iguales, así como no todas las personas lo son. Gracias a Dios. La única ciudad que es igual a sí misma, no importa tras el lente de qué director sea tomada, es París, el eterno escenario del amor, del amor por el amor mismo. Es en esta ciudad, infinitamente cambiante, donde varios directores se ponen de acuerdo para retratar la esencia de esta aglomeración de humanos. Eros y Tanatos como motores sociales, anímicos.
¿Y qué significa este topos para tantos distintos habitantes? Para la madre soltera latinoamericana es la insalvable distancia entre su hijo recién nacido y ese bebé ajeno al que debe cuidar mientras su niño se inaugura a la existencia parisina en una casa cuna en la esquina opuesta de la ciudad. Vida de mierda de la madre y del hijo, pero vida parisina, after all. (La búsqueda de un futuro mejor dentro de las paradojas de la inmigración hace despertar a cualquier ingenua mujer a los avatares de la vida. Más allá del amor, más allá de ese aquel que te hizo llegar hasta París, ese que te engendró un hijo para después dejarte tirada. El verdadero autor de tus días, distantes de tu niño y de tu patria. Tu creador absoluto.)
Luego está la vieja millonaria que se divorcia de su viejo millonario, siendo que ambos tienen a un joven cazafortunas con quien gastar los golosos días que les quedan por delante. Celos y un vino de la casa servido por Depardieu le dan un buqué de alta calidad al diálogo en el típico café parisino.
No pertenecer al alienado mundo puede hacerte parar en la cárcel. Burlarte de los otros, especialmente. Sobre todo si el otro eres tú. Cuando dos otros se juntan, sea en el banco de la cárcel o en la cárcel al aire libre que puede ser una ciudad inquietantemente normal y normalizante, se conjura el único remedio contra la existencia. Entre un mar de rostros y máscaras, estos dos seres son los únicos que me parecen sonreír con profunda y justificada felicidad a lo largo de todos los cortometrajes. Son, por ello, los felices padres de un niño –un otro, como ellos- que se reirá –blasfemo- de la sociedad a la que no pertenece.
París como símbolo máximo de la violencia. Sobre todo ante los turistas. No hay desgracia más grande que un pobre e ingenuo turista gringo perdido en la cadena de significantes del francés. Francés, el idioma celoso de sí mismo y de su pureza, como el francés celoso de su novia y de la pureza de su lengua. El amor tiene sus trapitos sucios, esos que no se sacan al sol sino que se mantienen bajo tierra, En el metropolitano, por ejemplo.
Pero no sólo son violentos los parisinos. También es violenta la tigrísima Asia que invade capitalistamente. Que propone futuro y modernidad. La belleza está en la superficie, y ésta contiene toda la verdad. Europa es suficientemente mansa y social para sucumbir ante la imperturbable tentación del modo asiático de servicio y consumo.
Hay un joven que tiene el don de soñar y convertir sus sueños en realidad. Para ello tuvo que pagar con su vista. Pero la vista nos protege de lo real y nos abre de par en par las puertas al imago absoluto. Él triunfará en la vida, como lo hará la bella actriz que ama, gracias a él. A veces París puede significar el handicap de todo aquel que necesite de uno para salir adelante, para sacar a otros adelante. Todo esto siempre y cuando hables francés, y/o no seas gringa, single y naive como nuestra gorda señora de bolsa de cintura. ¿Acaso hay otro cortometraje que nos cause más ternura que éste? ¿Por qué es tan cruel el amor cuando su ausencia absoluta es aprehendida por un inocente ser humano? Pero el mundo es injusto, y París es la ciudad del amor y la belleza y el triunfo y la fama. Los otros, los espectadores, pueden quedarse en casa comiendo hamburguesas y viendo documentales sobre París y sus estrellas triunfales. Sólo para éstos es el Arco y el Louvre y la Torre.
Y el público, siempre sensacionalista, se estremece con la historia de los vampiros... ¿quizás porque reconociera al señorcito del Señor de los anillos? ¿O por la sangre derramada por las calles? ¿Los impúdicos besos en el cuello con draculescos colmillos capaces de arrancar de sus raíces a todo deseo y dejar correr la roja sangre del placer? Sin duda alguna, el cortometraje con más éxito, si lo medimos de acuerdo a la reacción y recepción del espectador.
Qué lástima que el amor venga también con motivo de la lástima que un ser humano siente por otro. Eros y Tanatos... siempre inseparables. Pero no Tanatos y Eros. Si decides regalar dosis de amor para saldar cuentas antes de que la muerte haga lo suyo, deberías darte asco como ser humano. ¿O es el amor la mejor despedida que se puede regalar? ¿A una esposa que no se quiere y que morirá de leucemia? ¿A un negro que te hacía la corte y a quien nunca le concediste un café por pura indiferencia, por tener algo mejor que hacer? Verlos de menos, sí, hasta el momento en que sabes que morirán, o mejor dicho que sabes que tú les sobrevivirás y que serás libre. En el momento en que mueran serás libre de vivir tu vida y ellos ya no estarán ahí para molestarte. Entre tanto, puedes sacrificarte un poco, comprar una limpieza de conciencia para tu futura época de libertad regalándole a un muerto en vida unos minutos de fantasía, de ilusión, de imaginario. Ya la muerte los devolverá al desierto de lo real.
Y así transcurren, mudas y ciertas, las vidas parisinas. Esas de las que no nos enteramos más que a través de fantasías y ficciones. No hay mayor ficción que la comunicación, y en esto todos los cortometrajes se llevan las palmas al retratar de cuerpo entero, precisamente el tipo de comunicación que aun no tenemos, que quizás nunca tendremos: lenta, humana, abierta, directa y cargada de amor. Después de todo, quizás sí que sea el amor la forma más cercana a la comunicación, como lo dijera, hace ya varios años, precisamente ...¡un académico parisino!.
París, la ciudad del amor, más allá de sus arcos y torres y museos, tiene un sinfín de esquinas que comunicarnos todavía. Estamos abiertos a ella, la recibimos así. Paris je t´aime es una película de 2006, pero si aún no lo ha hecho, véala. No se arrepentirá.
